LA MONTAÑA BEAT

LA MONTAÑA BEAT

La montaña espiritual LA MONTAÑA BEAT

LA MONTAÑA BEAT

La montaña ha sido siempre utilizada como un elemento de gran simbolismo, ligado principalmente al sacrificio humano, físico y mental, en pos de elevarse por encima de las nubes y del propio ser. Partiendo de la base de que no es alcanzar la cima lo que nos hace ser conscientes de la función sagrada de una montaña solo nos queda una cosa: La subida. Es allí cuando nos damos cuenta del verdadero desafío, soñando con llegar a lo más alto. Ya en la biblia se hace notar la gran importancia de la figura de la montaña, como puede apreciarse en el famoso episodio de Abraham, donde debe alcanzar lo alto del monte Moriah para sacrificar a su hijo. La subida se convierte en ese momento en un espacio de reflexión y un lugar para aclarar ideas.  También es reseñable la subida del monte Sinaí a manos de Moisés y su pueblo, donde se le revelarán los diez mandamientos.

Pero la historia que nos ocupa no está ubicada en los tiempos bíblicos sino miles de años después, a mediados del siglo XX. En esta época convulsa, nace en Estados Unidos un movimiento que pretende romper con las reglas establecidas, más concretamente en el ámbito de la literatura. Hablamos del movimiento Beat. Entre sus figuras más destacadas se encuentran Allen Gingsberg y William Burroughs, pero el verdadero creador o “padre” de esta generación fue Jack Kerouac quien, en 1958, escribe “Los vagabundos del dharma”, en donde relata su primer contacto con el budismo y sus leyes basadas en el sufrimiento y el cese del mismo. Algunas partes principales de la obra están estrechamente relacionadas con el montañismo; Ray Smith, protagonista basado en el propio Kerouac, acepta subir el Mattherhorn (El Cervino), alentado por el carismático Japhy Ryder. La ascensión comienza sin ningún problema, sorteando los primeros senderos charlando y recitando Haikus. Sintiendo cerca la noche, los tres montañeros buscan refugio en una gran roca. Acurrucados en sus sacos de dormir alaban la belleza del lugar en el que se encuentran y la naturaleza adquiere entonces un papel protagonista. Las formas de la montaña, las rocas, los árboles mecidos por el viento… Todas esas imperceptibles formas se convierten en sombras místicas, símbolos eternos, imperceptibles Budas… La comunión con lo natural, con la propia montaña, es evidente, entrando en armonía con su verdadero yo.

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Pero al día siguiente…

Ray no consigue alcanzar la cima. El miedo se apodera de su cuerpo y no puede continuar  por temor a caerse a pesar de encontrarse a escasos metros de la cima. Con una mezcla de envidia y admiración observa a Japhy alcanzarla sin problemas. Decepcionado, vuelve a casa con un agrio sabor de boca, pero pronto encuentra el remedio. Como prueba de fuego para alcanzar la paz, acepta un trabajo como forestal en el Pico Desolación tras la lectura del Walden de Thoreau, y se instala en una pequeña y destartalada cabaña en donde puede observar si se producen incendios.

Como los antiguos ascetas busca en la abstinencia, la meditación y la contemplación serena de la naturaleza una vía para convertirse en un hombre nuevo, para alcanzar la paz.  La montaña se convierte en un templo de colosales dimensiones, edificado con milenarias piedras y árboles que, como columnas, alcanzan el cielo.  Es el lugar donde el hombre perdido puede volver a encontrar un equilibrio.

Kerouac describe con fuerza y soltura un texto de profundo amor a las montañas y los secretos y verdades que esconden en cada uno de sus rincones. Su prosa, rápida y, en cierto modo, fugaz como las nubes sobre la cima, es fascinante, y Los vagabundos del dharma es una novela que nadie debería perderse.

 

Pancho Aguirre

Twitter: @paxtorfilms

 

 

4 comentarios

  1. Hola Pancho, Me ha encantado este post! Pienso que la montaña inspira y enriquece la mente.
    Gracias por la recomendación de la novela. Un saludo.

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